sábado, 11 de agosto de 2012

De Turista a Vagabundo

"Esto es lo que significa ser una aventurera en nuestros días: renunciar a las comodidades de la mente para hacer realidad las posibilidades de la imaginación. Porque todo lo que nos rodea dice '¡No puedes hacer esto, no puedes vivir sin eso! ¡Nada es útil a menos que esté en servicio del dinero, de las ganacias, de la estabilidad.' La aventurera se entrega a las olas de caos, confía en que el mundo la apoyará, y al hacerlo le da la espalda al miedo y la obediencia que se le ha enseñado. Rechaza el indoctrinamiento de la imposibilidad. "
- Fuera del mapa
Crimethinc

He viajado bastante en México desde que empecé a viajar en octubre del 2011.

¡Es un lugar maravilloso para viajar!
Pero nunca había viajado sola de ride hasta el mes pasado, después de que Jenny se quedó en el Instituto Mesoamericano de Permacultura en Guatemala y yo tuve que regresar por mi cuenta a Veracruz.

En ocasiones anteriores en las que había estado en el sur de México, me había pasado que me gritaran cosas en inglés y siempre supuse que era porque estaba con extranjeros.

Esta última vez me dieron un ride increíble en uno de esos taxis-bicis en la frontera Guatemala-México, en Tecún-Umán, donde hay un puente largo que separa los dos paises. Desde el puente se puede ver gente cruzando el río en lanchitas y grandes llantas negras de hule, algo así como lo que me imaginaba de niña que harían los inmigrantes que cruzan la frontera con Estados Unidos en el norte.
He cruzado la frontera de Estados Unidos y México muchas veces, un par de ellas caminando, pero nunca vi a nadie cruzar el Río Bravo. Me imagino allá se tiene que ser más discreto.

El chico que manejaba la bici me llevó por unos 5 minutos al otro lado del puente y aprovechó para contarme que lo que realmente quería hacer era ir a Estados Unidos. Me dijo que quería viajar. Se sorprendió bastante cuando le conté que yo había llegado hasta ahí desde el DF "de jalón," como dices en Guatemala, y se río mucho.

Después de cruzar la frontera, un grupo de gente empezó a gritarme en inglés de nuevo. Yo les respondí alegremente en español: "¡Soy Mexicana!"

Por alguna razón todo esto me hizo recordar un día viajando de dedo en Texas en el que tuve que pasar la noche en Houston.
Un mexicano muy buena onda me dio un aventón en una van de un servicio de tintorería. Nos llevamos tan bien que decidí quedarme un rato a ayudarle con el trabajo. Manejamos por una rato de negocio en negocio, recogiendo la ropa sucia y entregando la ropa limpia.  Él me dijo que me estaba enseñando a trabajar, por si quería quedarme a buscar el sueño americano. Ahora sabía como hacerlo. Es gracioso cuantos trabajos le ofrecen a uno cuando se viaja de ride...

Después hablamos mucho sobre el sueño americano... Él decía haberlo alcanzado porque ahora tenía un iPhone y una casa y una familia y si tan sólo me quedara un poco más de tiempo me podría presentar a sus hijas y su esposa para que pudiera ver con mis propios ojos lo feliz que era. Parecía auténticamente feliz...

El último ride del día me lo dio un veintiañero con una barba gigante que habló del Illuminati todo el camino hasta Houston y que amablemente me dejó en un café lleno de vaqueros justo en Downtown Houston. 
Yo nunca había estado ahí.
No conocía a nadie ni tenía ningún plan.
Había sido demasiado optimista en mi intento absurdo de llegar desde Austin hasta Nueva Orleans en un sólo día.
Claro, imaginé que no lo iba a lograr, pero había esperado al menos pasar Houston, pero estuve demasiado tiempo subiendo ropa sucia a una van. Valió la pena.
En el café, una amable señora me ayudó a encontrar un hostal barato en la zona con su iPhone y me encaminé por las oscuras calles de la ciudad tratando de seguir las instrucciones ambiguas que sugerían que tomara el camino donde pasaba por el parque de los adictos al crack.
¡En estos caso es bueno no equivocarse de dirección!
Había dibujado un pequeño mapa en mi cuaderno y lo usaba para guiarme.
Estaba esperando a cruzar la calle cuando una indigente se me acercó. Me miró por un momento y después me dijo: "Te iba a pedir dinero, pero ahora veo que tú también andas en la calle."
No supe que contestar, así que asentí.
"Ah, pues hay un buen puente donde puedes dormir de aquel lado. Allá no hace frío."
Le di las gracias y seguí caminando al hostal.
Cuando llegué me encontré con que la noche costaba 18 dólares. Yo tenía 5.  La mujer acargo fue muy amable y me dio un "descuento de hitchhiker (me gusta la palabra autostopista)" y me dejó quedarme ahí por esos cinco dólares.
Primera y única vez que me he quedado en un hostal.
Así que ya puedo decir que lo hice. Ja.

Al día siguiente, de camino a la para de camión para salir a la carretera, me encontré con un viejo vagabundo que me preguntó si había comida y que me sugirió ir a una iglesia cercana donde estaban regalando comida. Ya traía provisiones: sandwiches y plátanos del hostal, así que le di las gracias y me alejé.

Y me parece muy gracioso que viajando en el sur de México tanta gente me vea como turista mientras en Estados Unidos tanta gente me veía como indigente. Creo que me veo más o menos igual aquí que allá, excpeto que en Estados Unidos cargo más cartón porque es más difícil conseguir aventones sin letreros.


Hace un par de fines de semana mi amiga Lizzette y yo fuimos a Coatzacoalcos porque ella trabaja con immigrantes centroamericanos y participa en un programa de voluntarios que ayudan a alimentar a los immigrantes debajo de un puente, cerca de las vías del tren. 

¡La pasé increíble! La idea me recordaba a Comida No Bombas, aunque tan parecido en verdad. Pero darle de comer a la gente siempre es chido. Mi amiga hizo un cortometraje sobre una comunidad en Veracruz donde unas señoras les hacen de comer a los immigrantes y les avientan las bolsas cuando va pasando el tren. ¡Son unas heroínas estas señoras! ¡El espíritu de compartir a todo lo que da!
El corto dura sólo 5 minutos, chéquenlo si tienen chance:





Y bueno, la pasé genial con los migrantes.
La mayoría eran hondureños y muy jóvenes. Me sorprendió ver que varios tenían ojos verdes y cabello rubio pajizo. Me contaron que en Honduras hay muchas mezclas raciones. Estaba ahí tirados, comiendo sus tortas y muertos de la risa contando historias. Sólo vi dos mujeres.
Hubo un migrante con el que hablé más. Un hondureño que había trabajado ya un tiempo en Wisconsin y que por ese trabajo había conectado otra chamba en Dublín, pintando las paredes de un barco, y que después había trabajado ilegalmente en Francia también antes de que lo regresaran a Centro América. Ahora quería ir a Estados Unidos otra vez y ver que podía pasar.
Ya sé que muchas de estas historias seguramente ni son ciertas, pero también las buenas mentiras tienen crédito. Yo también le miento a veces a gente que no voy a volver a ver jamás. 

Después se escuchó un ruido muy fuerte y los migrantes saltaron de entusiasmo.
¡El tren se acercaba!
"¡La Bestia!," gritó uno de ellos.
"¡Enséñale, salta para que te grabe con su cámara!" le gritaron los demás.
El migrante corrió frenéticamente tras del tren y se colgó de un salto a la escalera del vagón. Saludó, triunfante, y después se bajó otra vez y corrió hacia nosotros, donde sus compañeros lo celebraban.
¡Y yo con la boca abierta! No dejaba de pensar en las fotos horribles de los periódicos amarillistas que siempre andan encontrando cuerpos de gente en las vías del tren. Y esos weyes... ¡Me la pasé increíble con ellos!
Sé que cruzar México no es fácil para ellos y que tienen que pasar por situaciones horribles y violentas en muchas ocasiones,  pero en ese momento parecían estar divirtiéndose. El sueño americano sonaba como una aventura impresionante.

¡Y hey! ¡Ellos son los güeros! ¿¡Por qué soy YO la turista!?

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