"Y me sigo diciendo a mi mismo sobre como voy a ser libre, y trato de
pensar en cómo va a ser y todo lo que puedo ver es gente. Me empujan en
esta dirección, me empujan en otra dirección - y nada los complace, y se
enfurecen más y más porque nada los hace felices. Y me gritan porque yo
tampoco los hago felices, y todos empujamos y jalamos un poco más."
- Kurt Vonnegut, Las Sirenas de Titán
Ya ha pasado un mes desde que llegamos a Nicaragua.
El tiempo se ha ido rápido y aquella noche oscura en la parte trasera de
una pick-up, admirando la más bella tormenta eléctrica en cielo
hondureño, encarrerados hacia la frontera de Nicaragua, y sintiendo que
todo era perfecto, parece estar en un pasado muy remoto.
La mañana antes de entrar a Nicaragua Ben, Jenny y yo despertamos en la
estación de bomberos de Choluteca. Yo me levanté temprano para ver a los
bomberos (y a una bombera) hizar la bandera para celebrar el comienzo
de las fiestas patrias.
Después caminamos hacia la carretera panamericana y esperamos un ride
enfrente de un puesto de comida. Las mujeres que trabajaban ahí nos
miraban con curiosidad. La mayoría eran amigables, pero algunas eras
hostiles.
- ¿Sí sabe que nunca le van a dar un ride aquí? - me preguntó una de ellas.
- No se preocupe, somos muy pacientes. - fue mi respuesta.
El tráfico era lento y empezamos a sentir que en verdad nunca íbamos a
encontrar un ride. Pero justo cuando estábamos preparándonos para
caminar a la siguiente gasolinera, una camioneta se detuvo y mientras
nos apurábamos a subirnos (el conductor tenía mucha prisa) la misma
mujer de antes me miró y me dijo,
- Así de injusta es la vida. Cuando ustedes vienen acá, la gente los
ayuda, pero cuando nosotros vamos a sus países, nos tratan como perros.
Sin saber que contestar, sonreí a modo de disculpa y me subí al coche, pensando en sus palabras.
Y después me puse a pensar mucho en el romanticismo. Me di cuenta que me
sentía culpable escribiendo historias en tono épico y haciendo videos
donde todo parece ser diversión y aventura.
Hace poco leí una cita que decía "Viajar es glamouroso sólo en retrospectiva," y no puedo estar más de acuerdo.
Quemados por el sol, tristes, hambrientos, sucios, con sed, y
desencantados con nuestros avances lentos, llegamos a Guasaule, frontera
de Nicaragua y Honduras.
La línea de immigración era larguísima y descubrimos que teníamos que
pagar 12 dólares para entrar a Nicaragua. Las fronteras son tan
estúpidas...
Al salir de la oficina de immigración tratamos de encontrar un poco de
sombra, pero no tuvimos suerte y tuvimos que pedir ride otra vez bajo el
sol. Muy poco coches pasaban. Yo había perdido mi sombrero el día
anterior y gracias al teléfono de Ben descubrimos que estábamos en la
frontera equivocada, pues nosotros queríamos viajar siempre sobre la
panamericana.
Finalmente un trailero nos dio ride y muy lentamente avanzó, cruzando el país hacia la frontera con Costa Rica.
Nos dejó en Nandaime, y pudimos llegar antes del atardecer al hostal de casa de árbol donde mi amigo Courtlen trabaja.
Yo yo seguía pensando y esperando que una vez que llegáramos al hostal
todo iba a estar bien. Esperaba encontrar ahí un sentimiento de
seguridad y tranquilidad y comodidad... Siempre pensando que la
felicidad está en algún otro lugar.
Pero Ben estaba exhausto. Jenny estaba preocupada por renovar su visa. Y
yo sólo seguía preguntándome una y otra vez... ¿Cuál es la diferencia
entre el optimismo y el romanticismo? ¿Entre el pesimismo y la
honestidad?
Nos quedamos en el hostal un par de noches y después decidí que sola o
acompañada, yo quería ir a la playa. Ben y Jenny tenían sus propios
planes, pero por alguna razón terminamos de nuevo los tres juntos, a la
orilla de la carretera con nuestros pulgares extendidos al aire. Un
padre y su hijo nos dieron un ride a Popoyo, un hermoso y callado pedazo
de arena junto al océano Pacífico, donde acampamos bajo un techo de
palma abandonado durante el invierno.
Este año me ha traído bellos recuerdos del comfort del océano Pacífico,
con sus olas anchas, su sal, su inmensidad. Por mucho tiempo tuve
algunos resentimientos hacia esas aguas, pero después de una lenta
reconciliación, puedo disfrutar de nuevo saltar esas olas, como cuando
era niña. Una bocanada de agua salada y...
Es noche pusimos el toldo sobre la arena y nos acostamos ahí a ver las
estrellas. Y sentí fuertemente que ese momento nos pertenecía por
completo.
Ben se estaba enfermando. Empezó a decirme que estaba pensando en volver a casa en Memphis.
- Este lugar es tan hermoso, y por algún motivo no puedo disfrutarlo.
Le pregunté cuales eran sus expectativas de este viaje latinoamericano.
Él hubiera querido que aprender español fuera más fácil y que hubiera
encontrado más gente con quien conectarse y... No sé que más.
Yo pensé en el sentimiento de vergüenza y tristeza que sentí cuando
estaba en la universidad y tanta gente venía de Estados Unidos a México
conmigo para grabaciones o viajes de verano, y tenían grandes y
específicas expectativas del viaje y el país, las cuales eran siempre
aplastadas por la dura realidad de las cosas. Y también pensé en lo
feliz que me sentía cuando Jenny sonreía al viento en el sur de México,
disfrutando tanto aquellos momentos y haciéndome notar la belleza de la
cual he estado rodeada toda mi vida. Y ahora me doy cuenta que estos
sentimientos son sólo apegos a MI país, MI cultura, MI América Latina.
Ego, ego, ego. Ficción, ficción, ficción.
Jenny también tenía expectativas que no se estaban cumpliendo. Ella
había pensado que seríamos sólo nosotras dos y que los recuerdos
romantizados de nuestro video se repetirían una y otra vez.
Y yo quería hacerlos felices. Quería hacer a todo mundo feliz. Y no
podía evitar sentirme culpable e incapaz y fallida cuando los veía a los
dos molestos e insatisfechos mientras el más bello de los atardeceres
se nos regalaba sobre las olas. Y una vez más, pensando que la felicidad
estaba en algún otro lugar, pensé que una vez que llegáramos a
Vipassana todo iba a sentirse bien e íbamos a estar finalmente seguros.
Sería perfecto. Sólo era cuestión de esperar. Todo iba a estar bien.
Hubo un temblor en la playa por la mañana y lo sentimos ahí, en la
arena. Yo estaba maravillada porque fue la primera vez que viví esa
expresión de la tierra sin miedo. No había nada que se pudiera caer
sobre nosotros. El planeta estaba sólo bostezando, estirándose, y
nosotros lo estábamos sintiendo. Más tarde escuchamos que había una
alerta de tsunami, así que empacamos todas nuestras cosas. Courtlen vino
a vernos en una misión de rescate, pero el tsunami nunca llegó y esa
noche los cuatro acampamos ahí. Fue la última noche que pasamos juntos.
Al día siguiente, Courtlen volvió al hostal. Ben y yo tuvimos una
discusión con Jenny y decidimos que lo mejor era separarnos por un rato.
Constantemente siento que me he vuelto tan buena en estar sola, que ya
no sé como estar con otras personas.
Ben y yo salimos rumbo a Ometepe, y mientras navegábamos los caminos de
tierra y dormíamos en el piso de la estación de bomberos, no podía
sacarme a Jenny de la cabeza... extrañándola y sintiendo que le había
fallado como amiga.
Pasamos esa noche en Rivas, donde conocimos un bombero de 18 años que
nos contó muchas historias, y la mañana siguiente salimos a Moyogalpa,
en la isla, a tratar de encontrar a los Lnuks, una tribu nómada de la
cual Benjamin Lesage me había contado mucho.
Llegamos a su hostal exhaustos y confundidos, pero nos recibieron
calurosamente. Mientras ayudábamos a transplantar árboles y arbustos,
Juana nos explicaba el uso de las plantas medicinales que estábamos
cargando. Usagui nos enseñó una planta que se llama chaya, que crece en
el monte y puede comerse si se cocina en una olla sin tapar: una delicia
verde que me hizo sentir fortalecida y más saludable. También probamos
el ojoche, una semilla que también se recoge en el monte y que se cree
que fue una comida importante para los antiguos mayas.
¡Había tanto que aprender en ese lugar! ¡Tanto que hacer! Cuando le
conté a Juan y Usagui que iba a un curso de meditación, me dijeron que
ellos meditaban con sus manos, porque en un estilo de vida tan cercano a
la tierra y a la naturaleza, siempre hay muchas cosas que hacer. Y eso
fue lo que hice cuando estuve ahí: medité con mis manos. Exprimiendo
limones, barriendo, organizando ropa de segunda mano, cargando cajas,
ordenando bicis, y más que nada compartiendo y aprendiendo de esta gente
maravillosa. Sus tradiciones y sus ideas son enriquecedoras y muy
bellas, y me sentí honrada y feliz de estar ahí.
Pero también estaba preocupada por Ben... Un día despertó con fiebre y
su mente estaba agitada y desorientada. Fui con él al hospital para ver
si le podían hacer la prueba del dengue, pero nos dijeron que no se
podía hacer la prueba hasta el quinto día de fiebre. Para ese entonces,
nosotros íbamos a estar ya en Vipassana. Así que decidió descansar y
tomar mucha agua y esperar a que el tiempo lo sanara...
Nuestros días en Ometepe terminaron antes de que me sintiera lista para
irme, pero también estaba emocionada porque seguía esperando que
Vipassana arreglara todos nuestros problemas, sin darme cuenta que por
mucho tiempo había esado esperando que el siguiente momento sería el
momento correcto.
Pasamos una noche en Granada con el resto de los Lnuks. Finalmente
conocimos al Indio Viejo, de quien habíamos oído mucho, y disfrutamos
con ellos una maravillosa cena vegana. Me sentí en casa, y sentí que
seguía encontrando familia en este viaje, pero en verdad no me quedé
suficiente tiempo para explorar ese mundo más profundamente, así que
trato de recordarme a mi misma que no debo romantizar esas cosas.
Pensé mucho en Benjamin Lesage y lo mucho que he aprendido de él desde
que lo conocí. Cuando Memphis Ben me contó sobre sus ganas de querer
estar cómodo y seguro, recordé algo que el otro Ben me había dicho y lo
compartí con él.
- Esta es la realidad de la mayoría de las personas del mundo. Hambre, sed, cansancio.
Y nosotros somos tan privilegiados... Y aún más privilegiados al tener
la oportunidad de entender este contraste en nuestra propia experiencia.
Me dí cuenta que ya llevo un año de estar viajando.
La mañana del 12 de septiembre nos recibió en Granada y yo pensé que
finalmente, finalmente!, todo iba a estar bien e íbamos a encontrar lo
que estábamos buscando.
Habíamos quedado de vernos con Courtlen, y nos encontramos también con
Jenny. Después de desayunar el dueño del hostal de casa de árbol, Chad,
nos llevó al kilómetro 55, donde empezamos la caminata rumbo a la casa
de retiros donde sería Vipassana.
Al llegar, me encontré con una gran sorpresa. Todos los servidores
habían desertado de último momento, así que los profesores me pidieron a
mi y a otras dos chicas que apoyáramos el curso como servidoras. Era
nuesta oportunidad de crecer aún más en el Dhamma. Las dos españolas,
dos coordinadores y yo éramos muy pocos para servir un curso de casi
cien personas. Y aunque realmente yo sólo quería tomar el curso, sentí
que había estado tomando demasiado en los últimos meses, y no había
estado dando suficiente. Así que aún sin sentirme lista, pasé esos días
trabajando en el curso, re-aprendiendo como dar y amar sin esperar nada a
cambio.
Fue difícil darme cuenta mientras estuve ahí, pero ahora que ha pasado
ya una semana desde que salimos del curso, dos aprendizajes siguen
palpitando con cada una de mis respiraciones.
La primera tiene que ver con el ego. Me di cuenta de que toda esa
preocupación por hacer felices a mis amigos, era sólo mi deseo de
sentirme util. Uno de los discursos de la noche habla sobre este tema.
Me sentía herida al saber que Ben no estaba feliz en su viaje por
Latinoamérica porque atormentaba pensando en él como MI amigo,
sintiéndose insatisfecho en MI tierra. Y esas dos cosas son ficción,
porque nadie le pertenece a nadie y la tierra tampoco puede pertenecerle
a nadie. La gente existe, la tierra existe, y todo estamos sólo
tratando de encontrar nuestros caminos. Incluso MIS verdades, MIS
palabras, las cuales escribo ahora no son nada más que ideas vagas que
seguirán cambiando y cambiando. Me di cuenta que quiero crecer en el
camino de la humildad, porque encuentro una fuerte verdad en él, y me
doy cuenta también que tengo mucho trabajo por hacer.
La segunda cosa que empecé a entender tiene que ver con mis preguntas
sobre el romanticismo. Cuando no podía meditar porque estaba distraída,
me refugiaba siempre en la fantasía: soñar despierta. Pensaba en que una
vez que terminara el curso podía ir a estos y otros lugares, viajar,
explorar, caminar, y seguía haciendo lo que he estado haciendo
siempre... pensando que la felicidad estaba en algún otro momento.
¡Fui tan feliz cuando viví en Nueva York! ¡O aquella noche en la parte
de atrás de la camioneta, viendo la tormenta eléctrica! Y claro, esos
momentos fueron felices, pero están en el pasado. El último día del
curso, cuando todo mundo pudo hablar de nuevo, platiqué con Jordan, de
Estados Unidos, un tipo muy interesante que ha hecho Vipassana varias
veces. Cuando le conté sobre refugiarme en ese soñar despierta, él me
dijo:
- Pero si quieres despertar, no es hora de soñar.
Siempre había visto esos sueños como algo tan indefenso... Pero
finalmente me di cuenta que me había estado perdiendo de la belleza de
tantas cosas, porque incluso en los momentos que recuerdo con mayor
felicidad, seguía pensando como podrían ser mejores, o deseando que se
repitieran eternamente. Nunca realmente satisfecha... Jordan dijo algo
más en lo que sigo pensando. "Cada momento guarda el completo potencial
para hacerte tan feliz como puedes ser, si lo vives al máximo." O algo
así...
Ben se escapó del curso en el tercer día y cuando el curso terminó, él
ya estaba de regreso en Estados Unidos. Me dio mucha tristeza no poder
despedirme de él, pero ahora siento que no vale la pena estar triste por
nada, y ahora tengo la bella oportunidad de viajar sola de nuevo. Estoy
contenta con eso. Él está haciendo lo que siente que tiene que hacer,
viviendo lo que tiene que vivir. Jenny se fue al norte con Jordan y
estoy casi segura que los veré antes del fin del mundo. Creo que muchos
caminos se cruzarán de nuevo en Rainbow Gathering al final del año.
Mientras, me siento más fuerte e inspirada ahora. He estado meditando
todos los días y practicando, practicando, practicando el saborear cada
instante por lo que es, sin esperar que sea algo que no es.