martes, 9 de octubre de 2012

La revolución será feminista o no será

Una madrugada exhaustiva, recorriendo montañas rodeadas de niebla y cubiertas de maíz, me recibe de nuevo en Guatemala.

He pasado las últimas semanas explorando Nicaragua y Honduras, y por fin ayer crucé de nuevo a tierras chapinas, en las que a pesar de estar en departamentos que no he explorado, me siento un poco más en casa.

La vida va mucho más rápido de lo que pueden teclear mis dedos, y una vez más han pasado muchas cosas que quisiera contar y recordar. Recordar y contar...

¡Dos noches atrás, en la cima del mundo!

¡Agachate! -- me gritaban, -- ¡Esquivá las ramas!
Árboles y nubes y el aire fresco en el techo del camión de bomberos, aquella unidad amarilla que montamos como héroes que han domado un fiero animal.

Nunca he montado un tren de carga, pero me imagino que se siente algo más o menos así.

Una camioneta detenida esperaba a la orilla de la ruta y el conductor, sin un momento de duda, se orilló con un movimiento brusco y ellos: veloces. A penas tengo tiempo de darme cuenta que pasa cuando ya los veo a todos con sus camisetas amarillas empujando fuerte, fuerte y las luces de aquel auto prende y ¡¡¡ram!!! ¡El motor arranca y el conductor celebra con un claxonazo festivo y ruidoso, que suena como un caótico concierto de trompetas desafinadas.
Kurt Vonnegut siempre alabó a los bomberos en sus libros. ¡Y cómo no hacerlo! Es inspirador ver a la gente ayudándose los unos a los otros así. Compartiendo todo lo mucho o lo poco que puedan tener.
¡Ah! ¡Wa! ¡Agh! Enloquecidos y felices con ese viento.
¡Se aprende mucho en la calle, me dice uno de ellos!

Lo mejor de andar de ride es esto. Que uno termina en lugares inesperados, conociendo gente que uno nunca hubiera conocido si no fuera por la adicción y casi devoción a la incertidumbre con la que tiembla cada uno de nuestros pasos.

Jack London decía que la vida del "hobo," el vagabundo, es siempre impredecible, llena de sorpresas.

Con esos pensamientos en la mente fue que salí de Granada hace ya más de dos semanas, con rumbo general al norte de Nicaragua.

A las afueras de Masaya me levantó Carmen, una escritora nicaraguense que había hecho Vipassana hacía algunos años. Interpreté aquel encuentro como una señal para reunirme con los otros servidores de Vipassana y me dirigí más segura a Matagalpa.

Pasé una noche en la estación de bomberos de Sébaco, donde escuché mucho sobre la historia de Nicaragua y sus multiples interpretaciones.

Al día siguiente llegué a casa de Angels, la coordinadora del curso, que me recibió con los brazos abiertos.
¡Tanta generosidad y cariño!
"Yo sólo trato a la gente como a mi me trataron cuando llegué a este país."
Ella vino de España hace ya muchos años y formó en Centro América su hogar.





Matagalpa, además se ser una ciudad preciosa en medio de las montañas, con un clima casi perfecto, resultó también ser un centro cultural y de movimiento feminista muy importante.
Fue por un par de días solamente que me perdí la protesta feminista en la que varias mujeres se desnudaron frente al clero pidiendo que "sacaran sus rosarios de nuestros ovarios," pues van ya varios años que se penalizó el aborto en Nicaragua, incluso en casos de violación o embarazos de alto riesgo, debido a la presión religiosa ejercida por la iglesia sobre un gobierno que se declara "cristiano y solidario."

Lo que por suerte no me perdí, gracias a Angels, fue una hermosa presentación de teatro callejero, bajo una brillante luna llena, en la que decenas de hombre y mujeres, vestidos de negro, representaron la lucha llena de esperanza que se vive en Nicaragua por una libertad verdadera, en la que dejemos de ser carceleros los unos de los otros.
¡Qué inspirador volver a estar contacto con el arte! ¡Sobre todo aquel arte colectivo, sin egos, hecho a mano, con tanta atención al detalle y tanto corazón!
Caminando por las bellas calles Matagalpinas un slogan decoraba varias paredes. "La revolución será feminista, o no será." La importancia del movimiento feminista ha sido una de las cosas en las que más he pensado a lo largo de este año. Probablemente tiene que ver con viajar sola de ride. En Estados Unidos mucha gente lo veía como un acto suicida, pero en Centro América es casi ofensivo.                     ¿Pero no es casada usted? ¿Cómo anda así solita? Eso no debe de ser.                                          ¿Cuál es tu misión? 
¿Misión? ¿Qué podía significar aquello?
Claro, misión. Tiene que tener algún propósito tomar semejante riesgo...
Si yo fuera su esposo no la dejaría a usted andar así. Pero no se preocupe, quédese acá en Honduras, acá le conseguimos un novio, un marido.

En un hostal de Matagalpa logré intercambiar uno de mis libros por una novelita de Vargas Llosa titulada "Los Cachorros."

Más que una novela, Los Cachorros es un cuento largo, el relato de Pichula Cuéllar, un mocoso que es castrado por un perro en la infancia, y los efectos que aquella castración tienen en su vida como adolescente y adulto joven.

Me quedé pensando mucho en aquella historia mientras escuchaba a los hombres que me gritaban cosas en la calle, o los comentarios machistas que son el pan de cada día en Centro América.
"Hoy en día es difícil encontrar un mujer que se quiera casar y formar familia. Ya todas quieren andar por el mundo ahí, no más subiendo y bajando, con una cámara."
Obviamente no todas. La indirecta era muy directamente para mí.
"Lo que se necesitan son mujeres hogareñas. Hay unas que ni lavar la ropa de uno quieren."

Y me divido entre dos pensamientos constantes...
LA REVOLUCIÓN SERÁ FEMINISTA, O NO SERÁ.
¿Cómo podemos aspirar a un mundo de igualdad social, si ni siquiera a nivel familia podemos tratarnos como iguales?
No digo que esté mal ser ama de casa, cocinar para los hijos, lavar la ropa. Para nada. Sólo creo que no debe ser algo impuesto. No creo que debamos ser carceleros los unos de los otros.
No creo que debamos imponernos unos a los otros este o aquel rol. La revolución debe ser feminista porque debe ser humanista. Porque debe reclamar el derecho de todos los seres de ser lo que sea que queramos ser.

"Si todos pensáramos como usted, ya se hubiera extinguido la humanidad," me dijo un tipo por ahí en Nicaragua, ofendido ante mi falta de entusiasmo por la vida de ama de casa.

Y ese es el otro pensamiento...
Después de la visita a Matagalpa fui a Estelí, a la finca de Stephen, el otro coordinador del curso.
Pasé algunos días ahí sin hacer mucho, sólo observando con tranquilidad los alrededores, haciendo chocolate a mano, hablando, charlando, meditando.

Y la meditación, el observar las cosas sin juzgarlas, me hace cuestionarme todo de nuevo.
A final de cuentas, me decía Stephen, todo va exactamente como debe de ir. Es sólo desde nuestra visión antrocéntrica que vemos problemas, pero todo es parte de un ciclo.
La lucha por energía, las jerarquías... las puedes ver entre los animales, entre las bacterias, entre las plantas.

Pero la lucha a final de cuentas es parte de nuestra realidad...

Sigo reflexionando sobre aquel pobre Pichula Cuéllar y el castrante machismo que aplasta nuestra humanidad. Pero creo que es una reflexión más entusiasta ahora, más esperanzada.

En Villanueva conocí a varias bomberas, entre ellas la pequeña Jessica, de doce años. Es verdad que muchas veces se espera de las bomberas que cocinen y ayuden más en las tareas de limpieza de la estación, pero poco a poco... A final de cuentas ellas también, cuando sonaba el timbrazo de emergencia, trepaban ágiles en la unidad y se dirigían con determinación hacia el incendio, la inundación, el panal de abejas.

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